Están los buses estacionados en fila, todos desde hacia mas de 8 minutos y yo voy viendo por la ventana el inmenso verdor de las chacras con la mirada perdida. Hasta que de pronto veo un gato correr por entre los arbustos. Y me despierto del mundo.
Mi padre cabecea hacia delante a mi lado, cansado tal vez.
Una tía a lo lejos nos dice con las manos que bajemos del bus. Y le agradezco pues sale el sol y empieza a bochornar dentro. Bajamos todos, junto a otros familiares que no conozco, y el brillo del sol nos impacta en el rostro.
Había olvidado el frescor del aire de campo, el sonido de los pajaros, el movimiento de los árboles y a penas salir del bus no pude evitar respirar hondo y profundo. De reojo veo a mis padres y mi hermana hacer lo mismo y se me hace extraño ese momento pues de todos los días de mi vida hasta ahora, esa tarde es de las pocas en la que estamos los cuatro juntos. Luego caminamos por el sendero de arena hacia la casa de mis abuelos.
Logramos entrar a duras penas pues hay mucha gente en la casa, gente en los jardines y en la sala, gente en la entrada y en el patio trasero, gente en la cocina y en todas partes. Y es en ese momento, viendo a los niños correr y jugar por todos lados, donde tengo un flashback y me veo a mi mismo jugando, riendo, corriendo, en aquella casa. No puedo evitar repasar todos esos lugares que me traen aroma fresco a niñez.
Es en ese momento cuando veo aquel banco de madera. Aquel banco de madera donde solía sentarce mi abuelo en aquellas tardes de verano.
De pronto capto la mirada de unos familiares que se encontraban sentados en ese mismo lugar y desvío la mirada a otro lado.
Mi padres y mi hermana entran a la sala a duras penas, yo solo veo de lejos a mi abuela llorando mares frente al ataúd de mi abuelo.
Continuará...