martes, 29 de diciembre de 2009

El antagonista insaciable



La vida es un blanco y negro. Un día y una noche. Un ying y yang. Una contra para todo. Paradojicamente es algo necesario (supongo).

El recuerdo del primer antagonista en mi vida data de cuando yo era un niño, en la escuela primaria.

Volvamos al pasado y recuerden conmigo ese terrible (pero ahora gracioso) momento en el que conocí a mi peor enemigo.

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El antagonista insaciable

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P es un chiquillo mucho mas alto que yo, con mucho mas músculo que yo, con mucha mas plata que yo, se diría que tiene a la familia perfecta ya que sus padres siempre van juntos a las reuniones del colegio, lo recogen y es el único, si el único, que no lleva lonchera si no mas bien le dan dinero y se compra todos los dulces que le alcanzan en el quiosco del colegio.

Con mucho miedo entro al salón por primera vez, es mi primer día en el 1er año de primaria y todos miran escrupulosos a aquel menudo niño-nuevo-bien peinado-con pinta de nerd que acaba de entrar. Y yo pienso que el comienzo no será fácil.
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Y no lo fue, pues llegó el recreo y me encontraba en medio del patio con mi lonchera llena de comida sana y un yogurt. Mientras todos los demás juegan veo como se acercan a mi P y C (otro de los chicos del salón que al igual que P , es mucho mas alto que yo). Les doy una sonrisa amigable pero me empiezan a molestar.
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Dicen que psicológicamente el cerebro borra los recuerdos molestos del pasado, aquellos que no quieres recordar por toda tu vida.

Así que no recuerdo como ni por que, pero lo siguiente que se, es que me encontraba llorando sentado por que P y C, extrañamente, me habían quitado un zapato y se encontraban jugando al fútbol con el, como si de una pelota se tratase.

Un par de alumnas de años superiores se compadecieron de mi y les dieron una paliza a P y C, que eran mucho mas bajos que aquellos alumnas. Obtuve mi zapato.
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Pasa el tiempo y logro congeniar con todos en el salón, me convierto en el típico muchacho con el que todos se llevan bien. Pero P siempre se muestra irritable.

Un día lo logro enfrentar, pero sigue siendo mas fuerte que yo y termino en el piso.

A pesar de haber tenido varias oportunidades, nunca fui agredido físicamente, ya que todas las veces que P logró acorralarme nunca llegue a casa sangrando o con algún moretón, lo cual es admirable.
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En clase, a pesar de ser el mas aplicado, P gastaba bromas a los profesores los cuales no creían que aquel niño había sido el causante de las bromas mas pesadas y por eso C siempre pagaba las facturas.

Así pasaron 5 largos años y un día, ya, ya no me molestó más.
P es el único que no va al viaje de promoción a cuzco. Sus papás se separaron (según me cuenta mi madre), ya no era de los primeros puestos y por razones que desconosco nunca mas lo vi después del día de la graduación.
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Extrañamente, casi siempre me acuerdo de él cuando veo un zapato de colegio y me cago de risa.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El dia del aniversario


Es viernes, un día que amaneció nublado pero que luego nos sorprendió con algo de sol. Recojo a T de la universidad y juntos caminamos un rato hasta que me doy cuenta que el sol me está jugando una mala pasada y ya estoy empezando a sudar. Tomamos un taxi y ya sentados T me coge de la mano y me sonríe.

Amo su sonrisa y compruebo que ya es definitivo, estoy sudando y no precisamente por el sol. T tiene esa gran facilidad de ponerme nervioso en circunstancias extrañas, con ella no sé cómo será el minuto siguiente y es esa extraña forma de aventura inesperada lo que me enloquece.

Llegamos a larco mar, el sol se va y yo dejo de sudar. Decidimos ir a comer a un restaurant e inconscientemente pienso: esto me va a salir algo caro.

Una rubia nos atiende en la puerta y nos lleva hacia una mesa con vista al mar. Me siento muy impresionado por el lugar, por un momento incluso alguien importante. Cojo el asiento y T sonríe al notar que lo estoy acomodando para que ella se siente.

Ordenamos una ensalada cesar junto con dos cuartos de pollo con papas. T no deja de sonreír y, como siempre, empieza a contarme sus cosas. Eso es lo que más me gusta de ella, siempre tiene algo que decir en el momento preciso, y yo solo me limito a escucharla atentamente.

Llega la comida y me doy cuenta que moriré de sed, así que ordeno una jarra de refresco. –Por el precio debe ser una gran jarra- pienso, pero grande es mi sorpresa al ver una pequeña jarrara que queda vacía al verter su contenido en ambos vasos.

T me observa con extrañeza, sabe que soy muy “aguatero” y muy amablemente me ofrece su vaso de chicha al ver que yo ya me tome el mío. La amé.

Seguimos hablando de cosas que no recuerdo pues me pierdo entre sus ojos, sus labios y los cálculos mentales que hago para sacar la cuenta final de todo lo consumido. Trato de no parecer un tonto pero logro hacerlo sin mucho esfuerzo.

No pasa mucho tiempo hasta que traen la cuenta. Saco la billetera y pago la cuenta. T me observa y se da cuenta que estoy consternado, así que coge el papel y pone cara de asombro.

Salimos de la mano, escoltados por la recepcionista rubia, que quizá hubiera esperado que le deje propina. Y yo sonrío por haber pasado tan agradable velada con T quien coge su cámara digital y propone tomarnos una foto. Yo acepto a regañadientes, pues me da algo de roche tomarme fotos en lugares llenos de gente, pero igual esboso una sonrisa de alegria.

Nos vamos de lugar caminando por los adoquines de piedra al mismo tiempo que arrugo el recibo y lo tiro a la basura.


jueves, 10 de diciembre de 2009

El brichero


Paso tambaleando por el pasillo del avión con dificultad por la cantidad de gente, julio esta por acabar pero en lima no hace frió, sino todo lo contrario. Pero el aire acondicionado me juega una mala pasada y empiezo a sentir frió.

Buscando mi asiento (que esta en la cola del avión) cruzo la mirada con los ojos azules de una rubia.

La rubia del avión


Me dice en español (con un marcado acento anglosajón) si esta ocupando mi asiento, le digo que si a la vez que el aire acondicionado aumenta, provocandome un escalofrío. Ella se levanta y yo ocupo mi lugar al lado de la ventana.

En eso llega un compatriota y toma lugar en el ultimo asiento al lado del pasillo.

Ahora somos 3 en la fila, yo a la ventana, la rubia en medio y el hombre aquel al lado del pasillo. El avión despega y yo miro con nostalgia el cielo oscuro por la ventanilla observando como las luces se hacen mas pequeñas.

Voy pensando en cosas que me hagan olvidar el miedo que me da viajar en avión, eso en parte se lo debo a las películas de atentados terroristas o esa en donde aparecen un montón de serpientes matando a todos en el avión, cuando oigo a la rubia murmurar algo.

Está hablando con el hombre que se sentó en el asiento al lado del pasillo, no puedo evitar escuchar lo que dicen.Hablan de la vida, de sus vidas en lima y de lo que harán de ellas en los estados unidos (y de lo que no harán tambien). Ambos ríen y hablan, hablan y ríen y yo sigo mirando por la ventanilla las nubes del atlántico norte. La rubia me pide prestado mi lapicero y yo me quedo dormido al poco rato.

Ya como a las 7 am el avión aterriza, me dirijo al área donde salen las maletas justo para encontrarme con la rubia y al compatriota aquel, riéndose. Me da un poco de vergüenza así que logro guardar distancia. Cojo mi maleta y me dirijo a la sala de espera (tenia otro vuelo que tomar). Y justo cuando empezaba a relajarme, los veo venir. La rubia me mira, mete la mano a uno de sus bolsillos y saca el lapicero que le preste en el avión.

Cojo mi lapicero, me agradece y juntos desaparecen por el umbral del caluroso Miami.

domingo, 6 de diciembre de 2009

A través del espejo


El pobre chico suda y suda mientras el padre lo observa con mirada severa.
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En el gym (otra vez)
Está sobre una bicicleta, de esas que están estáticas haciéndote creer que vas a excesiva velocidad o que eres el campeón mundial de ciclismo. Le dice a su padre, que frunce el ceño al ver que su hijo rendirse ante el dolor, que ya no puede. Y efectivamente, la camiseta que lleva puesta el pobre muchacho esta mas que mojada.
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El padre compra una botella de agua mientras el hijo se estira y hace muecas de agonía, tal vez a su edad el pobre muchacho quisiera estar en algún lugar mejor que estar torturando sus púberes músculos.
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El padre le ordena, discretamente, que coja las pesas, y el pobre muchacho obedece resignandose. Se ve en su cara que el peso es poco mas de lo que podría aguantar, pero sin embargo logra hacer toda la rutina completa, lo cual es admirable.
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Ya están por acabar y empiezan a reírse, el padre hace bromas y logra relajar a su hijo que con un suspiro y con bastante endorfina en las venas dice: Termine!.
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Yo los veo a través del espejo mientras hago abdominales, al inicio pensé en lo afortunado que fui de no haber compartido mucho con mi padre (a esa edad preferiría estar jugando nintendo), pero luego me mezclo con ese sentimiento de envidia y felicidad que me da tan agradable escena, y sonrio con ellos.